Todo estaba en penumbra, y apenas llegaba a dislucirse la luz encendida de la habitacion de estudio. Con una mano, acarició las paredes y ese gotelé tan conocido. Aquella casa estaba llena de recuerdos, listos para estallar y dejarla desolada en cualquier momento. Cerró los ojos para infundirse valor, lista para no dejarse avasallar.
Al llegar a la habitación de estudio, dejó el cuadro con cuidado encima de la mesa del ordenador y se quitó las sandalias. Para no hacer ruido, para sorprender. Qué más daba. En la terraza, una figura se recortaba en la oscuridad. Para variar, mirando la noche. Otra de sus manias. " La noche está estrellada, y tiritan, los astros azules a lo lejos " Bendito Neruda. Ese verso le pegaba a la perfección en ese momento.
Corrió la larga cortina azul y avanzó un par de pasos. Lentamente, despegó los labios y pronunció su nombre.
Lo que pasó a continuación no habría podido explicarlo ni en mil veces que lo hubiera intentado.
Todo fué rápido, muy rápido, quizás demasiado, pero cuando te encuentras envuelto en una situación así todo pasa con lentitud. Quizás demasiada.
Nada más pronunciar su nombre, se volvió hacia ella, como un huracán, airado, pero al mismo tiempo con delicadeza y cuidado. Un segundo después la miraba directamente a los ojos, enfadado, apasionado. Le impedía respirar. Comenzó a besarla, sin prisa, pero sin pausa.
Con furia. Sin desperdiciar un segundo. Marchándose lejos, pero sin soltar sus labios. Juntos, separados, enfadados, difusos, apasionados. Respirando desacompasados. Con cuidado, la aupó y ella se aferró a su cuerpo ayudandose de sus dos piernas.
Sin dejar de besarla, la apoyó contra la pared. Subida de temperatura , inmediata. Piernas que acarician, labios que muerden. Su pantalón demasiado corto, su camiseta demasiado suelta. Aumento de sus deseos. Él. Ella. Busca su camiseta, huele a él, y se la quita. Él hace lo propio, y se detiene a mirarla. Uf. Se muerde el labio, pensando al significado de dejarse llevar. Y lo hace.
Los siguientes gestos los hace sin pensar, cómo si lo arrastrara la corriente, pero sin dejar de ser consciente ni un sólo segundo. Hace calor, la ropa sobra. Las yemas de sus dedos acarician su piel nívea, congelando ese instante para siempre.
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