Julia subió las escaleras de madera de tres en tres para coger una chaqueta. Las maletas estaban puestas en una habitación totalmente desordenada, a mitad de camino entre el reino de lo absurdo, la genialidad y un trastero. Cogió una cualquiera, y se apresuró a salir por la puerta silenciosamente. Hacía tanto que no paseaba de noche... De hecho, le encantaba, pero el último medio año no había sido el mejor para ese tipo de placeres. Caminó despacio mientras enfilaba la calle de sus tíos. La bienvenida y la cena habían sido las esperadas. Todo el mundo había respetado su actitud taciturna , achacándola al cansancio del viaje, y ella no se había esforzado en corregirlos. Así había podido escaparse pronto de la mesa para salir a tomar un poco el aire. No se lo había planteado hasta ahora, pero le extrañaria mucho que su madre se enfadara. No en ese pueblo. No ese día.
Si mal no recordaba, existía aún una pequeña estación de tren donde solía ir de pequeña. Estaba practicamente abandonada, ya que el pueblo no era el destino preferente del turismo, ni mucho menos, así que solamente pasaba un tren al día, para llevar a los viajeros a la capital.
Caminó acariciando las blancas murallas, cerrando los ojos ante el tacto. Se sentía inexplicablemente feliz. Era lo que llevaba tanto tiempo deseando. Un lugar donde comenzar de nuevo. Otra oportunidad, que se extendía ante sus ojos. Era como si, después de tantas penurias, la vida le donara un pequeño frasco de esencia de Felix Felicis para usarla como dispusiera. Le costaba tanto asumirlo que tuvo que morderse el labio varias veces para comprobar que estaba en lo cierto.
La pequeña estación se encontraba enfrente de ella. Enana, blanca y coqueta, tal y como la recordaba.
Una ligera capa de rocío cubría los rojos bancos que se situaban frente a ella, y la luna se reflejaba en los raíles, dándoles un matiz azulado.
Julia se quitó las bailarinas, para sentir mejor el frío de la noche. Se sentó en el andén, con las piernas balanceándose sobre la vía, y dió un largo suspiro. No tardó en percatarse de que sentía predilección por este lugar, cuando apenas llevaba cinco minutos en él. Algo en su interior se sentía atraido por el aura que desprendía la estación,y de repente supo que allí iba a pasar la mayor parte del año. Quizá porque le recordaba tiempos mejores. Quizá porque no parecía real. Quizá porque parecía sacada directamente de un cuento de hadas. En todo caso. ¿ qué mas daba ?
sábado, 5 de noviembre de 2011
viernes, 4 de noviembre de 2011
V.
El coche se detuvo con un suave ronroneo. Una torre blanca proyectaba una larga sombra sobre las casas que se encontraban en sus inmediaciones, dándo la impresión de que eran mucho más pequeñas de su tamaño real. Julia se bajo del coche, y el aire le erizó la piel. Miró a un lado y a otro de la calle,y, sin poderlo evitar, se sintió como en casa. Frente a ella, se extendia una alfombra verde cercada por la calle, a su vez rodeada de los cuatro torreones que cerraban el pueblo. Giró sobre sí misma para encontrarse con su madre, que, con los ojos puestos en el horizonte, le sonreía abiertamente. Lentamente, Julia se dirigió a la puerta delantera para sacar a su hermana del coche, y luego fué a coger las maletas. Esta momentanea ( pero fingida ) hiperactividad tenía como principal objetivo atajar cualquier intento de inicio de conversación por parte de su madre, ya que no estaba segura de sí, al contestar, le saldría la voz.
Por fin, cuando hubo finalizado todas las tareas posibles, echó a andar sin esperar a nadie a lo largo de la calle, hasta pararse enfrente de la puerta de los tíos. Julián debía haber finalizado la mudanza hacía algunas horas , ya que su camión estaba aparcado con una rueda sobre la acera, como era costumbre, y esto sólo sucedía cuando las cosas marchaban bien.
Así pues, cogío aire, y se preparó para las bienvenidas y demás saludos típicos de un pueblo pequeño. Hecho esto, se armó de valor y tocó la puerta.
Por fin, cuando hubo finalizado todas las tareas posibles, echó a andar sin esperar a nadie a lo largo de la calle, hasta pararse enfrente de la puerta de los tíos. Julián debía haber finalizado la mudanza hacía algunas horas , ya que su camión estaba aparcado con una rueda sobre la acera, como era costumbre, y esto sólo sucedía cuando las cosas marchaban bien.
Así pues, cogío aire, y se preparó para las bienvenidas y demás saludos típicos de un pueblo pequeño. Hecho esto, se armó de valor y tocó la puerta.
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