El coche se detuvo con un suave ronroneo. Una torre blanca proyectaba una larga sombra sobre las casas que se encontraban en sus inmediaciones, dándo la impresión de que eran mucho más pequeñas de su tamaño real. Julia se bajo del coche, y el aire le erizó la piel. Miró a un lado y a otro de la calle,y, sin poderlo evitar, se sintió como en casa. Frente a ella, se extendia una alfombra verde cercada por la calle, a su vez rodeada de los cuatro torreones que cerraban el pueblo. Giró sobre sí misma para encontrarse con su madre, que, con los ojos puestos en el horizonte, le sonreía abiertamente. Lentamente, Julia se dirigió a la puerta delantera para sacar a su hermana del coche, y luego fué a coger las maletas. Esta momentanea ( pero fingida ) hiperactividad tenía como principal objetivo atajar cualquier intento de inicio de conversación por parte de su madre, ya que no estaba segura de sí, al contestar, le saldría la voz.
Por fin, cuando hubo finalizado todas las tareas posibles, echó a andar sin esperar a nadie a lo largo de la calle, hasta pararse enfrente de la puerta de los tíos. Julián debía haber finalizado la mudanza hacía algunas horas , ya que su camión estaba aparcado con una rueda sobre la acera, como era costumbre, y esto sólo sucedía cuando las cosas marchaban bien.
Así pues, cogío aire, y se preparó para las bienvenidas y demás saludos típicos de un pueblo pequeño. Hecho esto, se armó de valor y tocó la puerta.
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